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jueves, 17 de septiembre de 2015

Cuando entré a la Universidad





La Universidad Anáhuac, yo la definiría como el punto en dónde se unen los ideales de personas que están llamadas a hacer un cambio; no es la cima de la montaña, es el camino para alcanzarla.


Cuando entré a la Universidad y vi a mis futuros compañeros me pregunté si realmente yo encajaba en el aquel mundo de los futuros líderes Anáhuac. Yo no había estado presente en la semana previa a clases y eso acrecentaba mi ansiedad: no conocía a nadie. Nunca me había sentido intimidada o insegura en un primer día de clases; Esa mañana no participé; cosa que es atípica en mí, yo no puedo vivir sin decir algo en una clase. Me dediqué a observar… ¿Realmente pertenecía yo ese universo de personas tan singularmente extraordinarias?


La sensación de extrañeza continuó por un tiempo, fue hasta después de varios días donde descubrí que este mundo  no era algo tan lejano a mí. En aquella clase para presentarse (actividad en la que cada quién cuenta algo impactante de su vida) escuché historias que jamás imaginé de parte de mis compañeras. Encontré que muchas se parecen más a mí de lo que pensé y que hay algo que nos unía, esa chispa, esa sustancia, de aprender que llevas en la sangre… Todos los que estamos en esta universidad académica somos distintos pero convergemos en un perfil que involucra perseverancia, metas, aspiraciones y un poco de locura pasional por ser algo más que un ser humano promedio.


Actualmente veo las cosas desde otro ángulo y comienza a invadirme una sensación de alegría cada que cruzo la puerta de la escuela. Hay cierta emoción en descubrir quién estará trabajando en las computadoras o sentado en algún lugar de la explanada. Ahora tengo nuevos amigos, de otras carreras incluso, de otras generaciones; todos tan diferentes pero unidos al final. Y es que hay algo peculiar cuando te encuentras a alguien en el pasillo o en la fila de la cafetería: es un gusto sincero, una alegría verdadera. Extrañaré a los que se graduaron hace poco, porque tuve el placer de descubrir grandes amigos en muchos de ellos. Aunque sé que volverán otra vez, porque regresar a aquellos salones es algo que no se puede evitar.
Y aquellos compañeros que me intimidaron el primer día ya no parecen tan distantes; puedo decir que compartimos más que tareas y proyectos, compartimos una esencia, un ideal, una sonrisa y una amistad.

Ser alumnos de la Anáhuac es querer comenzar un cambio positivo; es descubrir que en cada instante puedes hacer la diferencia; es una oportunidad de crecer; es ayudar a los demás a potenciar sus virtudes; es el valor para hacer cosas diferentes y extraordinarias; es descubrirte y reinventarte… es una actitud, una forma de vida. Después de sentirme al inicio un poco fuera de lugar e incierta aquel primer día de clases, hoy puedo decirlo:  soy de la Anáhuac.




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