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jueves, 10 de marzo de 2016

la-eutanasia





Eutanasia significa «buena muerte», según su etimología griega. Muerte apacible y sin dolor. Pero actualmente su significado real es «provocar directamente la muerte por procedimientos médicos a enfermos terminales para librarles a ellos de sufrimientos y a los demás de una carga» «Anticipar la muerte, por muy cierta que sea, y por insoportable que parezca la vida, es otorgarse un derecho que sólo a Dios pertenece.

El deseo de dejar de sufrir es algo muy humano. Pero hay que mitigarlo por medios lícitos. Hoy no hay sufrimientos insoportables dada la terapia antidolorosa de que hoy dispone la Medicina.

La eutanasia se quiere enmascarar con la etiqueta de «muerte digna»,  «No confundamos “muerte digna” con “muerte provocada”»


Después del aborto vendrá la eutanasia. Por la misma razón que se permite matar a los niños no deseados, se permitirá matar a los enfermos y ancianos que estorben. «Que nadie se engañe. Primero fue el no nacido, ahora el anciano, y luego vendrá todo aquel que estorbe al que manda, o el que se atreva a disentir. La cultura de la muerte es imparable, aunque sus argumentos sean nulos»


Se empieza con una etiqueta de buena apariencia: muerte digna, ayudar a morir al que no desea sufrir más. Pero luego se pasa a acciones aterradoras, como el caso de un matrimonio joven que quería eliminar a la abuela porque necesitaba su cama. Muchos podrían ser convencidos que debían pedir la eutanasia por ser una carga para la familia o la sociedad. Por los años 70, en la China comunista desaparecieron de golpe leprosos, ciegos, locos y minusválidos. Esta «purga» explica en parte el impresionante «agujero» descubierto por los demógrafos de cincuenta millones de habitantes en la población china


Por la misma razón por la cual algunos defienden hoy el aborto, el día de mañana serán ellos mismos eliminados por sus hijos, que los considerarán una carga inútil.

«Una vez que hayas permitido la muerte del feto, el ciclo no se cerrará. No habrá límites de edad. Se habrá puesto en movimiento una reacción en cadena que podrá hacer de ti una víctima. Tus hijos querrán matarte, porque permitiste que fueran muertos sus hermanos y hermanas. Querrán matarte por no poder soportar tu vejez»

«Si un doctor acepta dinero para matar a un inocente en el seno materno, el mismo doctor te matará a ti con una inyección, cuando alguien se lo pague» .
los médicos están para sanar, no para matar. Morir dignamente es asumir la muerte humana y cristianamente. Algunos piensan que es preferible matar al enfermo para que deje de sufrir. Sobre todo si él mismo lo pide. Pero no es así. El enfermo lo que quiere es dejar de sufrir.

Darle paliativos para aliviar su dolor, pero no matarle. Hay que eliminar el sufrimiento humano, pero no al ser humano que sufre. Detrás de la frase «para que no sufra» puede esconderse en el fondo, inconscientemente, el deseo de librarse de las molestias que el enfermo le ocasiona a él.

Desdichadamente, la despenalización suele equivaler, al menos en la mentalidad de muchas personas, a una legalización, a no considerarlo como delito, y hasta recomendar su aplicación como algo honesto. »La mejor forma de ayudar a una muerte digna es procurar una vida de verdadera calidad humana, familiar, social y cristiana. Procurando una asistencia llena de afecto y de generosidad».«El anciano o el enfermo terminal es un ser humano, una persona. Causarle deliberadamente la muerte es un crimen. Aunque se haga por compasión». Ayudar a un suicidio no es compasión, es colaborar a un crimen. La «compasión» puede enmascararse con el deseo de quitarse de encima una carga molesta, y hasta el deseo de heredarle.

Todos debemos poner los medios proporcionados para conservar o recuperar la salud. Pero no estamos obligados a los medios desproporcionados como serían medicamentos muy caros o intervenciones quirúrgicas muy dolorosas. Cuando el enfermo, a juicio del médico, no tiene esperanza de curación, no es necesario prolongar indefinidamente (distanasia), por medio de medicinas o aparatos, una vida que corre irrevocablemente a su término. No tiene sentido aplicar un tratamiento inútil. Pero se debe dar al enfermo la oportunidad de recibir los auxilios espirituales, y, en cuanto sea posible, arreglar sus asuntos familiares.


Cuando el enfermo se encuentra en estado terminal, en una situación de muerte inminente inevitable, en la que las medidas de soporte vital sólo pueden conseguir un breve aplazamiento del momento de la muerte, cuando la vida se prolonga artificialmente, tan sólo vegetativamente, sin reacciones humanas, es perfectamente lícito interrumpir las medidas extraordinarias y suspenderle el tratamiento o desconectarle los aparatos dejando que la naturaleza siga su curso.


No se puede matar, pero sí se puede dejar morir naturalmente, renunciando a terapias desproporcionadas, evitando un «ensañamiento terapéutico». Una existencia irreversiblemente vegetativa, que ha dejado de ser humana, puede no tener sentido el prolongarla. Aunque no se puede privar a los familiares de su derecho de emplear todos los medios a su alcance para mantener la esperanza hasta última hora.


«Dejar morir» sería «matar» si se le niegan al enfermo los medios razonablemente normales para que pueda seguir viviendo. Nunca se deben interrumpir las curas normales debidas al enfermo en casos similares. La distinción entre medios ordinarios y extraordinarios depende de la situación sanitaria del país en cada momento. Lo que nunca debe faltar es el tratamiento paliativo para disminuir el dolor



La doctrina de la Iglesia sobre la eutanasia puede resumirse en este decálogo:

1º Jamás es lícito matar a un paciente, ni siquiera para no verle sufrir o no hacerle sufrir, aunque él lo pidiera expresamente. Ni el paciente, ni los médicos, ni el personal sanitario, ni los familiares tienen la facultad de decidir o provocar la muerte de una persona.

No es lícito omitir una prestación debida normalmente a un paciente, sin la cual va irremisiblemente a la muerte: por ejemplo, los cuidados vitales (alimentación por tubo y remedios terapéuticos normales) debidos a todo paciente, aunque sufra un mal incurable o esté en fase terminal o en coma irreversible.

2º no se ha de omitir el tratamiento a enfermos en coma si existe alguna posibilidad de recuperación; aunque se puede interrumpir cuando se haya constatado su total ineficacia. En todo caso, siempre se han de mantener las medidas de sostenimiento.

3º No existe la obligación de someter al paciente terminal a nuevas operaciones quirúrgicas cuando no se tiene la fundada esperanza de hacerle más llevadera su vida.

4º Es lícito suministrar narcóticos y analgésicos que alivien el dolor, aunque atenúen la consciencia y provoquen de modo secundario un acortamiento de la vida del paciente. Siempre que el fin de la acción sea calmar el dolor, y no provocar  un acortamiento sustancial de la vida; en este caso, la moralidad de la acción depende de la intención con que se haga, y de que exista una debida proporción entre lo que se logra (la disminución del dolor) y el efecto negativo para la salud.

5º Es lícito dejar de aplicar tratamientos desproporcionados a un paciente en coma irreversible cuando haya perdido toda actividad cerebral. Pero no lo es cuando el cerebro del paciente conserva ciertas funciones vitales, si esta omisión provocase la muerte inmediata.

6º El Estado no puede atribuirse el derecho de legalizar la eutanasia, pues la vida del inocente es un bien que supera el poder de disposición, tanto del individuo como del Estado.























































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