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lunes, 30 de octubre de 2017

¿es un pecado areglarse?



Cuando voy a la iglesia  siempre observo con interés a las señoras con más estilo,  sentadas en los bancos de la iglesia. Se ven más que arregladas, son atractivas, lucen y realzan  el ambiente.

Por supuesto, no les pongo etiquetas a otras mujeres que están rezando. Si eligen tener un aspecto modesto o una apariencia neutra, puede ser que prefieran dedicar el tiempo a la familia y no perderlo delante del espejo, ¿quién sabe?



Pero me alegro de que, entre ellas, haya otras mujeres que se han tomado como prioridad lucir un bonito peinado y vestir con gusto un domingo por la mañana. Me alegro de que por medio de un bolso de moda, unas pestañas pintadas y zapatos de tacón, echen por tierra el conocido mito de que dicha atención hacia sí mismas (más allá de vestirse para ir abrigada y limpia) sea algo vacío e inútil. Porque no lo es.
  

Hace 40-50 años, una mujer bien vestida en la calle era algo natural. La generación de nuestras abuelas coleccionaba guantes, modificaba cuellos para que parecieran más actuales y se ponían rulos en la cabeza para que coincidieran con las tendencias actuales en la peluquería. Las señoritas se arreglaban también para ir la iglesia. La preocupación por ir vestida a la moda no le sorprendía a nadie. ¿Por qué es diferente hoy en día?

Sólo depende de nosotras mismas lo que haremos con la moda y cómo nos posicionaremos frente a ella. Una cosa es cierta: el uso del bien y de la belleza, que se asocia con la moda, no es un pecado. 

Miremos con admiración a las mujeres católicas estilosas. Observemos la satisfacción en los ojos de sus maridos y sus hijos. No olvidemos el código cultural que crea la moda y que es parte del patrimonio de nuestra civilización.  




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